Yo que vivía de tu frases soeces,
de tu altivez atroz
y de tu mirada inocente.
Eras tan inconsciente que me engañaste con tu falsa amargura
y
tus esperanzas de reina que no tienen mesura,
pero tu imperialismo me hizo desertor
que fingí una revolución por no tenerte
y
hasta creí que me daba miedo perderte.
Ahora que me extravié en bosques donde no hay muerte
te despido con una frase que siempre he tenido en mente,
te mando un beso en la frente
y rezo porque siempre esté echada tu suerte.
No te envío ni los mejores deseos ni las peores maldiciones
sólo quiero guardarte en el baúl de las ofensas y las violaciones,
por que mi inocencia fue ultrajada por la oligarquía de los amores.
A partir de ahora, que nadie cuente mis torpezas
pues yo mismo enumeraré mis bajezas y mis vejaciones;
lameré los placeres de mis errores
y
no dedicaré a nadie mis derrotas
mucho menos mis ambiciones.
Me carcajeo como yena por el final de nuestra corta tragedia
que para hablar con la verdad,
me cago en las ilusiones
y frustraciones
que provocaron tus dedos en mis pantalones.
Que el espíritu santo se lleve el ataúd,
donde guardo el cuerpo
y
alma
de una era influenciada por tus desganas de no mentir
y ya por último pondré velas a la cruz de flores.
Que quede claro,
ante Dios, Satanás, Judas y la virgen;
ni una cerveza más a tu salud,
que por las demás me encargo yo.
No comments:
Post a Comment