Y ahora el silencio ya es
más grande,
lo acompaña el mismo frío
de tu ausencia
y juntos se fortalecen
para atizarme golpes en el pecho que,
acá entre nos,
no me causan mucha gracia
y es que en la mesa,
dicen los sabios,
hay temas que no se deben
de tocar
y sin embargo yo los
hablo conmigo mismo,
me cuestiono sobre cosas
obvias,
por ejemplo ¿cuándo fue
que te fuiste? que no te vi partir,
o tal vez yo me encontraba viendo hacia otro
lado porque,
de alguna manera,
ya sabía que pronto abandonarías el barco
y tomarías la pequeña
lancha
que te hiciera llegar a tierra firme
y así hicieras que esas coincidencias fueran parte
de tu realidad,
mientras que yo veía
desde lejos como los peces eran cazados.
Y todos en Yakarta decían
que mis letras estaban unidas con la tristeza, gracias a ti, pero yo no
creía eso pues la soledad me demostraba que yo no estaba triste sino algo más
que imbécil, entonces comencé a pensar que eso de que la tristeza causa extravío
de neuronas era verdad.
Y así comencé a escarbar
rumbo a inframundos donde sabía que ninguno de sus caminos me llevarían a ti,
pues soy tan predecible que sabías por dónde no ir para no encontrarte con mi
presencia, pero soy tan palurdo que busqué y sigo buscando la llave para llamar
tu atención.
Entonces, que se vayan al
carajo los retractores de mi política de las ausencias, que por más que se
burlen mi necedad los hace callar pues aquí el único que paga los platos rotos
soy yo y ninguna mala bestia me dirá el cómo quererte, el cómo extrañarte y el
cómo olvidarte, que con esa obscenidad, por mucho que no te guste,me la quedo yo.
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